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Minibiografía de la vida a través de los sueños - Marichoni


    Toda la vida es sueño y
 los sueños, sueños son.
Calderón de la Barca.



Nací una fría noche de invierno, al inicio de 1942, todavía no sabía cuáles serían mis sueños, mis anhelos de vida, ni que el mundo se hallaba inmerso en la terrible 2ª. Guerra Mundial.


En el año 1950, y después de la muerte de mi hermanito, mayor que yo, una pérdida de la que no fui consciente, sentía que ahora estábamos completos, el último de los hermanos nacía, infancia feliz, con muchos cuidados y sin preocupaciones.


A los diez años mi sueño era ser mamá arrullando aquel muñeco que me trajeron los Reyes y que por años durmió conmigo para darle vuelo a la imaginación. Un año después presencio el sepelio del ídolo de la canción mexicana, Jorge Negrete y me asombra cómo puede impactar la partida de alguien a quien no se ha visto ni se verá nunca de frente.


Siete años después, en 1957, soñaba con la celebración de los quince años, un vestido nuevo, una muñeca que lo reproducía como adorno del pastel y un pretendiente de veintidós años que cantaba “Asturias, Patria Querida”, acababa de dejar su tierra, España, que durante el franquismo no convencía. Eso se desvaneció y quedó en el olvido. Sin embargo, el mismo año otro sueño sí se confirmó: campeona de carreras de intersecundarios del Distrito Federal, con diploma y nota en el periódico.

Al año, en 1958, encuentro al novio que después ayudaría a que se cumpliera aquel sueño que tenía cuando abrazaba mi muñeco, con él sería esposa y mamá.


El colegio me hacía tan feliz que en ese mismo año me convierto en estudiante para ser maestra, sin imaginar que a eso me dedicaría por más de cincuenta y nueve años, una fuente de ingresos que me ha hecho independiente y feliz por poder volcar en ello mi creatividad, un espacio de alegría, de aprendizajes y una forma de trascender. De aquel primer grupo recuerdo a Ramón Galarraga, Gerardo Lozada, Enrique Ruelas Barajas y Alberto Montaño ¿qué habrá sido de ellos y de otros tantos que han pasado por mi aula?


En 1965 logro otro sueño: convertirme en novia, y sintiéndome protagonista, atravieso el pasillo de la Iglesia, con la creencia que, firmando el acta de matrimonio, firmo también la de la felicidad y la seguridad. ¡Qué ingenuidad! Al despertar: ay, Dios, hay que asumir la realidad.


1966, el sueño de los sueños: ser mamá, ¿de quién? Del niño más hermoso de todos los tiempos y del planeta entero, no sabía que después vendrían otros cuatro que confirmarían que eran los más hermosos del todos los tiempos y del planeta entero. Ese sí ha sido el sueño de los sueños.


El convulso 1968 y sus acontecimientos después tan impactantes, en ese momento, con dos niños pequeños y otro en camino, no vi su trascendencia.


En 1971 encuentro lo que nunca había soñado y que se convirtió en fuente para los sueños: dos grupos que, pasado un corto tiempo, se fusionaron: la Comunidad de las Águilas y el CIE, ambos para reflexionar y actuar, definiendo un rumbo nuevo para hacer la vida, la primera para descubrir al Dios amoroso que es fuente de fortaleza y no al vengador que condena, ese grupo me sigue ayudando a soñar en cada encuentro y carcajada que juntas logramos.


Y el segundo, para marcar la diferencia del quehacer educativo, es tan actual lo que allí descubrí que, a pesar de que terminaron los veintinueve años en ese lugar, sigue como inspiración para lograr nuevos sueños.


En el 1973, mueren mis abuelos con cinco meses de diferencia y su recuerdo se convierte en gratitud por lo que me ofrecieron, sigue siendo motivo para soñar que la vida puede ser expresión del compromiso del amor.


Diez años después, en 1983, la orfandad se hace presente por la partida repentina de mi madre, orfandad no solo para los cinco hermanos sino para Papá y Tía Susa, que vieron truncado su camino y necesitaron de nosotros para recobrar el aliento y el sentido de la vida.


Nuevamente otra década significativa: 1993, la mazorca se desgrana y mi segundo hijo sale de casa en busca de horizontes que le ayuden a lograr sus sueños, los que yo había alimentado desde sus primeros años sin saber que, al irse para cumplirlos, se me rompería el corazón, fractura que al inicio del 1994 se repetiría con la partida de aquel primer niño que había aparecido para sustituir al muñeco que arrullaba, que no crecía ni se iba de casa, el sueño era la realidad.


Los noventas: aquellos niños crecidos se casan y tienen hijos. Ese sí como sueño lejano, se convierte en maravillosa realidad, empezando en 1997 con la llegada de la primera nieta hasta el año 2013 que aparece el número trece y se cumple mi anhelo de ser abuela, esa experiencia confirma lo que dijo Calderón de la Barca: Toda la vida es sueño y los sueños, sueños son.



Inicia el 2000, cambia el año, el siglo y el milenio, despierto y veo el nido vacío. Todos esos niños que para mí eran los más hermosos de todos los tiempos y de todo el planeta, habían partido y me habían dejado despierta, preguntándome ¿y ahora qué? Solo queda volver a soñar.


La pareja también se acaba, él se va y se lleva la llave de la despensa, ni modo hay que seguir y proveer.


El 2001, queriendo soñar, me obliga a despertar porque aquel nido vacío lo había llenado cuidando a mi padre necesitado de apoyo y atención, sin embargo, en el año 2003 él también se va a sus casi noventa y cinco años y se vuelve a presentar la orfandad, solo me queda Tía Susa para cumplir mis sueños de servir para devolver.


Pero mientras hay vida, los sueños se dan y casualmente, a partir de una llamada telefónica que me dice: Marichoni, ¿qué te parece que fundamos la primaria de nuestros sueños? Sí, en 2005, a mis sesenta y tres años, y pensando que “Un viejo amor sí se olvida y sí se deja si se encuentra otro mejor”, me voy tras ese nuevo sueño y lo cumplí. En 2023 sigo construyendo y creando en el Possenti.


En 2008 se completa mi orfandad, se muere Tía Susa y ya no hay nadie que me haga sentir su protección, mis ancestros me dijeron: te dejó lo que te enseñé, lo que te amé, devuélvelo a los tuyos que ya se multiplicaron. Ahora te toca pagar lo que en otro tiempo te di.


Era el año 2012, cumplía setenta años y ni en el más lejano de los sueños hubiera imaginado el dolor que la maldad de algunos puede ocasionar: el robo de mis tesoros heredados, mis objetos preciados que no eran solamente objetos, tenían alma y hablaban, contaban historias y representaban amor, porque así me los dieron esos mayores amados. Se los llevaron los desconocidos que, sin rostro, hirieron mi alma, sí, ni en el más lejano de los sueños hubiera imaginado el mal por el mal que hace que se despierte y sacuda la realidad.


Un acontecimiento que volvió a romper mi alma fue la partida de mi sobrina tan querida, cellista de la OFUNAM que guardó para siempre su instrumento y que hizo de ese 2015 unos de los años en los que se conjugó el dolor con la ausencia de los niños que dejó su partida a Finlandia, su segunda patria, cerca de Círculo Polar Ártico.


Tomando como siempre, el diez como base de conteo, soñando cómo hacerlo, celebro los cincuenta, los sesenta, los setenta y los ochenta años con pequeñas fiestas que permitieron no dejar en el olvido esas fechas. Sí, celebrar cada década de vida en la que le digo a Dios: déjame seguir soñando para poder comprobar que, como dijo Calderón de la Barca: “Toda la vida es sueño y los sueños, sueños son.

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