La educación: Un refugio
en la adversidad.
Aristóteles
Refugio, protección o amparo.
Creí que era mi casa, creí que era mi cuidad, mi país, mis padres, mis hijos, pero no lo veo claro. En cada una de estas condicionantes para refugiarme, he sentido pérdida o distancia y la o la distancia me ha llevado a la inseguridad.
Sin embargo, si me vuelvo a preguntar ¿cuál es mi refugio? En diferente orden, vuelvo a mencionar: mi país, mi ciudad, mis padres, mis hijos, mis hermanos y primos, mis amigos, hasta llegar a mi casa para quedarme, tal vez, con mi corazón, con mi sentir, con mi ser.
En sentido regresivo:
Mis hijos, claro que son mi refugio, mi amor y mi significante y significado, pero tengo que decirles adiós con cierta frecuencia, así es y no puede ser diferente.
Mis padres, me afirmaron, me reconocieron y me impulsaron, fueron mi refugio, pero se ausentaron y, casi creo que, para siempre, en el casi está mi fe.
Mis hermanos y primos, en mi necesidad de saberlos junto a mí, me siento en cercanía aún en distancia, me puedo refugiar.
Mis amigos, esos hermanos elegidos por mí que se saben hacer presentes porque me conocen y los conozco como para darles el significado de refugio también.
Mi ciudad, se ha convertido en un lugar hostil e inhóspito al que me tengo que enfrentar cada día, sin embargo, en ella está mi historia, la propia y la heredada.
Mi país, me exige en vez de arroparme, no, no es exacto, en él es donde encuentro mi verdadero yo, mi identidad, mi cultura, en su forma de hablar, con sus problemas, errores y limitaciones.
Mi casa, creí que era mi refugio ideal, que esas cuatro paredes guardaban mi historia, mis objetos amados, mis recuerdos y mi seguridad. Y fue allí donde me sentí desamparada, alterada, violentada por extraños que, en un gran acto de maldad, no puedo calificarlo de otro modo, me despojaron de parte de mi historia, de los objetos por los que se me había dicho: ellos hablan de tu identidad, con ellos también te digo te amo y por ello te lo doy, es tuyo y te pertenece. Mentira, ya no son míos, alguien me los quitó. Me cuesta ofrecer mi perdón, pero al fin quedan esas cuatro paredes de mi casa que reconozco como mi refugio, porque allí vivo y dentro de mí está lo que le da el verdadero valor: mi corazón, a pesar de todo, sigue siendo mi refugio.
Si me vuelven a preguntar ¿cuáles son mis refugios? Vuelvo a responder: mis hijos, con una llamada diaria, mami ¿cómo estás? ¿cómo pasaste el día? Me da protección y amparo. Mis padres, ¿qué hubieras dicho mamá? ¿cómo hubieras actuado papá? me consuela en el diálogo unilateral. Mis amigos, mis hermanos y primos, su cuidado, su llamado y sus mensajes se coinvierten en refugio.
Mi ciudad, la conozco y por ello vuelve a refugiarme. Mi país, hablo su lenguaje y explico su presente a partir de conocer su pasado, eso lo convierte en mi refugio.
Pero cuento con un refugio que solo yo sé palpar, mi fe, mi confianza en una verdad trascendente, que va más allá de las limitantes y que nace en el corazón, ese refugio está y va conmigo, me acompaña y no me desampara. Es un don y una fuente de gratitud. Un verdadero refugio que me permite sentir y mantener la paz, esa condición que es impulso de vida y motivo y razón de mi ser y mi sentir.
Ilustración: Del archivo fotográfico de la propia autora.
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