Vivir aprendiendo.
Al contar con más de ocho décadas cumplidas, los aprendizajes de la vida han sido múltiples y me han llevado a reconocerlos, a definirlos, a sintetizarlos y a aplicarlos, por ello sé que:
Aprendí que la gratitud es la demostración más clara del amor y que el amor es la fuente para encontrar el sentido de la vida.
Aprendí que, al apreciar el tiempo, se valora de tal manera que hasta se puede usar para el ocio que es oportunidad para crear.
Aprendí que la vida no me da respuestas, solo me interroga y me invita a responderle.
Aprendí que el trabajo no es solo un medio de obtener recursos, es una forma de realización y de hacer mi aporte a la vida.
Aprendí que de tanto admirar diferentes culturas, me identifiqué más con todo ser humano que con su creación me ha mostrado lo semejantes que somos y la búsqueda de nos hermana porque tiene la misma intención.
Aprendí que la felicidad siempre es un deseo y que cada vez que la encuentro y se convierte en alegría, la suelto y necesito volver a anhelarla.
Aprendí que el perdón aligera mi camino y puedo recorrerlo con tranquilidad sin llevar sobrepeso en mi equipaje.
Aprendí que el proceso de madurez de cada niño, en unos cuantos años repite el proceso que a la humanidad le llevo milenios.
Aprendí que el alimento cotidiano no solo le sirve al cuerpo sino también al alma y agradezco el trabajo y el esfuerzo de tantos y tantos de los que ni su nombre conozco.
De tanto ver volar a los pájaros y reconocerme sin alas, aprendí a ubicar los pies en la tierra para que lo que vuele sea la imaginación y la fantasía.
De tanto mirarme al espejo cada día, veo la imagen de mis ancestros y entiendo lo que me define.
Aprendí que los hijos son una bendición y que su amor es lo más parecido a probar el Cielo en la Tierra.
Aprendí que los nietos son la verdadera fuente de la juventud.
De tanto querer alcanzar las estrellas aprendí que son el impulso para moverme día a día.
Aprendí que las palabras tienen que venir acompañadas de emociones para darles confianza y sentido.
Aprendí que el esfuerzo no es algo que hago a la fuerza, sino que es la fuerza que me lleva a alcanzar lo que anhelo.
De tanto querer subir altas montañas aprendí a apreciar lo que me rodea y está cerca.
Aprendí que la Fe en mi Creador es lo más parecido a la anhelante paz del espíritu.
Aprendí que el perdón y la aceptación son experiencias de un espíritu libre.
Aprendí que compartir mi entusiasmo por la vida puede invitar a otros a vivirla con alegría.
Aprendí que cuando afloran las lágrimas, no nada más lloro por ese momento, sino también por lo que viene atrás con mi historia.
De tanto creer que el mundo puede ser mejor, aprendí que mi acción sí tiene sentido.
Y así me aferro a la vida, a la misión que descubro y a mi quehacer para cumplirla.
Ilustración: Fotografía de Clicker Babu en Unsplash
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