Sé tú misma, tu naturaleza
sabe decirte cómo.
Nací en 1942, en plena 2ª. Guerra Mundial, cuando las mujeres de muchos lugares que, por ausencia de los hombres, maridos, padres, hermanos, tuvieron que salir a trabajar y descubrieron que podían ser más que cocineras, recamareras y cuidadoras de niños. Se dieron cuenta que podían desempeñar casi cualquier labor, aún las que sólo habían sido realizadas por ellos, quienes al convertirse en soldados, dejaron sin realizar.
Nací dentro de una familia profundamente conservadora y católica. Mis abuelas y mi madre se dedicaban a las labores del hogar, como era de esperarse, pues era la situación común en ese tiempo, lo que muchas mujeres actualmente describen con cierto desprecio, pero al menos en el caso de ellas, lo hicieron con todo amor y dignidad.
Sin embargo, mi abuela materna al enviudar tuvo que administrar la tienda de abarrote grueso que constituía el patrimonio familiar, negocio que logró hacer prosperar. Era un sí se puede hacer de todo cuando se pone en ello el corazón y la razón.
Nunca viví violencia de parte de los hombres de mi familia, abuelos y padre, hacia las mujeres, pero se vivían los roles tradicionales: ellos trabajaban fuera de casa y ellas dentro. No las vi reclamando otra posición, hacían lo que les tocaba y las percibía contentas, sin insatisfacciones, además a las tres las puedo recordar amadas, mandando en su pequeño mundo de hogar, con los hilos entre sus manos y dueñas de la situación.
Pero desde luego, la vertiginosidad de los cambios nos tocó a nosotras, las mujeres de la siguiente generación, y nuestros padres, abuelos, hermanos y maridos nos hicieron sentir capaces frente al estudio y todas decidimos por el trabajo.
Tal vez cualquier feminista que sepa que yo, hace sesenta años me dedico a ser maestra de niños pequeños piense que no he contribuido en nada a su causa, la cual abrazo con legitimidad y respeto, pero sin rechazo a los hombres, por el contrario, amándolos y acompañándolos.
Tengo tres hijos y cinco nietos varones, todos, por ello, si los rechazara sería rechazar a mi propio ser.
Ninguno me ha impedido hacer lo que quiero y deseo, en mi caso, ha sido ayudar a formar el pensamiento y los sentimientos de amor, respeto y equidad de niños y niñas por igual, procurando que aprendan a convivir de manera independiente, pero reconociendo su necesidad de interactuar, dándose cuenta solo de su humanidad.
Esto me parece que valida mi trabajo como mujer. Lo que piense el mundo lo desconozco y por lo tanto no lo tomo en cuenta.
Sé que hay quien tiene que seguir luchando por su propia dignificación y oportunidad.
Yo, a partir de mi trabajo, hago mi humilde aportación.
Ilustración: Fotografía de Evgeniy Alyoshin en Unsplash
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