Dime tu nombre, dime quien eres, es lo primero que se pregunta cuando se conoce a alguien. Así ha sido desde milenios.
El nombre dice mucho de nosotros y de quienes nos lo han puesto…
Tuve un nombre desde que nací, tal vez desde antes si se suponía que sería mujer.
-Llamaremos a la niña María Ascensión, así decían mis padres cuando hablaban del posible género de su próxima hija. Tal vez tenían pensado y hablado otro nombre si hubiera sido hombre, pero como no lo fui, sale sobrando la suposición.
Tuve un nombre, tengo un nombre: Ascensión: ascender, ir hacia arriba por la propia fuerza, sin que nadie lo haga por mí.
Nunca hubiera sido semejante a mi madre, que también se llamaba así, sin embargo, yo, la nueva Ascensión puedo verme en ella, en mi madre Ascensión.
Las diferencias no nos separaron, tal vez por ello quedamos tan unidas que, sin serlo, pareciera que la primera no se fue, porque la segunda, yo, continuó la misión.
Vuelvo a decir, tuve un nombre, tengo un nombre; con él me represento, soy yo y aunque sea diferente y para más, no encuentro cerca de mí quien lo lleve, por si fuera común.
Mi nombre me sirve para reconocer que es mi deseo, el de ascender, por lo que voy caminando sin detenerme, buscando las alturas que veo por enfrente y, curiosamente, cuando alcanzo alguna y veo hacia abajo, no me parece suficiente, vuelvo a intentar alcanzar otra más alta, mi nombre me invita a hacerlo, mi paso es firme, aunque sea pequeño.
Ser otra me atrae, pero no tan otra que tenga que buscarle un nombre diferente, yo misma lo puedo lograr.
Y así, pensando en alcanzar alturas, por inspiración del nombre, lo elegí para mi hija, no sé si a ella le guste tanto como a mí, ella lo sabrá expresar, la elección de su nombre es alguna de las decisiones de los padres que los hijos asumen…
Ya entré al último quinto de la centuria, seguiré buscando alturas porque llevo un nombre que es mi motivación. ¿Hasta cuándo? Hasta que el cuerpo resista.
Ilustraciones: Fotografías del Archivo de la Propia Autora
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